2011/02/23

Yo y mi parecido con Lisbeth;

Anda que no era ya hora de que abordara este tema directamente.

El verano pasado estuve trabajando como camarera en un bar, en el mismo en el que trabajé desde marzo y en el que sigo trabajando. Pero el verano encarna una particularidad maravillosa: los niños están de vacaciones.
El bar en el que trabajo está en un pueblecito muy pequeño a unos tres kilómetros del asimismo pequeño pueblo en el que yo vivo. Ambos están unidos por carretera, por el río y por el llamado camino del agua. Cuando hace bueno, me preparo suficientemente pronto como para ir andando sin prisa, sin hacer ruido, sin perder detalle. Sobre todo el camino del agua es muy bonito. Un día vi una ardilla.

La cuestión es que el diminuto pueblo en el que trabajo posee una inusitada cantidad de niños. No voy a hacer una lista de preferencia completa, pero mi favorito es E. Tiene seis años y un autismo bastante profundo. Es una joya de personita capaz de alegrarte el día nada más verlo sonreír.
Es un savant: a pesar de sus notables carencias (por llamar de algún modo al hecho de que carece de habla) tiene un dominio excepcional de un campo concreto: su cuerpo.

Los dos últimos veranos trabajé en un albergue que organizaba campamentos de disminuidos psíquicos para que en los centros en los que estaban internos pudieran cogerse vacaciones. Entre esa amalgama de trastornos conocí a cinco autistas, pero como el personal era muy limitado y ellos no pedían (en el sentido tradicional de la palabra pedir: a gritos) la atención de los monitores, la política era dedicar la mayor parte de nuestro tiempo al resto, medida que no podía más que aceptar. Así que sí había tenido contacto con autistas antes de conocer a E., pero no había establecido contacto con ellos.

E. me cautivó en seguida. Quizás porque él todavía no estaba acostumbrado a que todo el mundo le ignorara, se le seguía notando que le dolía. Oí comentar a su madre que no nació siendo autista: desarrollo este trastorno a los 18 meses, después de estar tres días enfermo cuando le pusieron las vacunas , que resultan estar hechas a base de mercurio. Lo del mercurio yo no lo supe hasta que, sorprendida ante la perspectiva de que el autismo no era un trastorno de nacimiento, me informé al respecto en Wikipedia .
Lo que me resultó más chocante es que me sentí ampliamente identificada con muchos de los síntomas que se describen en ese artículo, e investigué más a fondo. De repente, leí algo sobre el síndrome de Asperger, y recordé haberme enfrentado antes a ese concepto. Lisbeth Salander. Efectivamente no me costó comprobar que, aunque muy por encima, se comenta en una de las dos últimas novelas de la trilogía Millenium que Lisbeth tiene Asperger.

Lo más incómodo de mi lectura de dicha trilogía, sólo mes y medio antes de embarcarme en esta investigación, había sido la incómoda identificación que sentía con su problemática protagonista. La ansiedad, la necesidad de huir, la incapacidad de enfrentarme (/-nos) al mundo de una manera normal. Típica.

Así, leyendo wikipedia (por supuesto que no me limité a esto, la investigación siguió con artículos relacionados y blogs de gente en mi misma o parecida situación, webs aliadas y enemigas, foros, etcétera, y culminó con un coeficiente de espectro autista de 41), descubrí que tengo síndrome de Asperger, que soy autista, neurodivergente, Aspie, rara.

No, lo de rara ya lo sabía. De hecho, dejé de sentirme rara por un tiempo, por tener una justificación para serlo. Luego vinieron los miedos, miedos que ya me habían visitado antes y que ahora tenían una excusa para quedarse. Todavía están ahí, aunque no nos veamos mucho.
De todos modos, los miedos son otra historia y deben ser contados en otra ocasión, en esta ya hay material suficiente.

23.02.2011

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